Cuando
piensas en quedarte embarazada, tienes un montón de ideas al respecto, según lo
que has visto, lo que te imaginas, lo que te encaja en tus planes…
Luego
la realidad es diferente: o no es tan fácil, o no te coincide “en el mes que
pensabas”, o te descubren problemas que ni te imaginabas que tenías… algunas
veces, todo es perfecto y maravilloso, y en caso de que no lo haya sido, la
alegría del positivo anula lo demás.
Si
piensas que el positivo es la meta, estás equivocada: a partir de ahí, las
preocupaciones: si tengo síntomas, ¿son normales?, si no los tengo ¿irá todo
bien?. Las pruebas que te realizan tienen un punto de deseo y de preocupación
“qué ganas de ver la eco del primer trimestre pero ¿y si le ven algo malo?”
Las
emociones están disparadas, el cuerpo responde como si tuviera vida propia y te
sorprendes de tus propias reacciones.
Todas
tenemos unas expectativas sobre el embarazo, y según ellas, llevamos mejor o peor todos estos cambios. Por ejemplo, si
esperamos (por lo que hemos visto en nuestro entorno, o en las películas o
donde sea), tener nauseas, es fácil que cuando estas aparezcan lo llevemos con
paciencia y resignación. Y si no aparecen, hasta con preocupación!
Todas tenemos unos deseos, cómo queremos que
transcurra: sentirnos bien, ver crecer
la barriguita, notar los movimientos… poder descansar, o poder seguir un
ritmo de vida normal, o lo que a cada una le apetezca más. Tener un embarazo
“ideal”, sea lo que sea eso para cada una.
Y llega
la realidad, y a veces, para muchas afortunadas, es así, pero otras te da un
par de bofetadas y te dice “Ven aquí bonita, que te voy a contar como son las
cosas”
Y si te
toca una de esas, todo se te viene abajo: las expectativas que tienes no tienen
nada que ver con lo que experimentas, y eso te asusta y te desconcierta. Ves
anulados los deseos que tenias sobre tu embarazo, y te das cuenta de que ya en
ningún caso va a poder ser como lo querías.
La realidad
te habla de pruebas, análisis y enfermedades que no conocías. De situaciones
que no contemplabas.
Adaptarse
a eso, especialmente cuando eres un coctel hormonal con patas, resulta difícil,
por decirlo suavemente.
Pero no
hay más remedio.
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